Desde niña había visitado a su bisabuela, y su tía abuela, de nombres antiguos, Quiteria, la bisabuela vestida con hábito del Carmelo por la muerte de dos de sus nueve hijos, y Sebastiana, su tía abuela, mujer guapa y elegante.
Recordaba la sonrisa pícara de su bisabuela, apodada “la chiquita”, para orientar a los niños con su abuela, Dolores, mujer trabajadora y honrada, que cantaba zarzuelas mientras hacía sus quehaceres.
Recordaba la sonrisa pícara de su bisabuela, apodada “la chiquita”, para orientar a los niños con su abuela, Dolores, mujer trabajadora y honrada, que cantaba zarzuelas mientras hacía sus quehaceres.
Quiteria gustaba de tomar su café con lo que ella denominaba “mantequilla”, que no era otra cosa que un pizco de coñac “Sherry”, el de la redecilla amarilla…
Siempre había en casa de su bisabuela, “la chiquita”, unas galletas o pan bizcochado, con el que obsequiarla, al ser hija de su nieta favorita, su madre.
Le gustaba aquella casa, semi-arruinada, con un patio central, con una parra para la sombra, lleno de plantas, una tortuga terrestre, gatos y perros.
Recordaba a su bisabuela de pelo blanco níveo, con un moño hecho por ella misma, precioso, arreglado con peinillos de carey. Vestía siempre aquel hábito marrón, de la Orden del Carmelo, con cordón amarillo a la cintura, y se sentaba en una silla próxima a la cocina, a la fresca del patio.
A veces les recibía en la salita, en la que había unos sofás color azul turquesa, un momento mágico para Farah.
Vivió ciento cinco años, y escribía con una caligrafía esplendorosa, con la que enseñó a sus nueve hijos a leer y escribir, allá, en los Llanos de Hospinal, en Antigua, isla de Fuerteventura. Jamás usó gafas.
Farah nunca conoció a su bisabuelo Sebastián, marido de Quiteria, hasta que, muchos años después, regresó a la isla de su familia y ésta, le mostró una foto de su luna de miel, en 1913, que pasó en Tenerife, a tenor del nombre del estudio fotográfico en el que fue tomada la imagen.
Su madre se llamaba Úrsula Jordán, la que tejió un mantel en telar manual, que su bisabuela regaló a la hermana de Farah, por haberle hecho conocer a su primer tataranieto. Quiteria siempre decía “un hijo es una bendición”, y tenía mucha razón…
Su abuela Dolores se casó con el hijo de Quiteria, Juan, y llevaba el pelo con trabas negras, a lo Imperio Argentina, vestida de luto eterno, por su madre, su padre, su hermana. Trabajó como una leona, regentando la cantina de un cine, y dos años antes del estreno de “Morena Clara”, protagonizada por Imperio Argentina y Miguel Ligero, nació su hija, madre de Farah, la mujer más amorosa que había conocido en toda su vida, capaz de perdonar toda ofensa, verdaderamente dada a compartir, en el ejercicio de su comunismo subconsciente.
Todas, mujeres, que sacaron adelante a sus hijos, prácticamente solas, debido al rol masculino de la época de los rizos, caracolillos, en la frente. Amaba a las mujeres de su familia.
Todas, mujeres, que sacaron adelante a sus hijos, prácticamente solas, debido al rol masculino de la época de los rizos, caracolillos, en la frente. Amaba a las mujeres de su familia.