Mirando el futuro.

Se balanceó en la noche., mientras su almohada le decía ¡levántate y emprende el camino! Así lo deseaba, librarse de todas aquellas indeseables, envidiosas de su genio y de su brillo de estrella fugaz.
Deseó cargar sus baúles, como Olivia Stone, y marcharse para desembarcar, con un camellero esperándola para llevarla a su pueblo. Escribir sus impresiones de cualquier roca que encontrase en el camino, pues allí estaba Dios y no en la Biblia. Adorar la llanura de la Hamada, con aquel color rojo fuego al atardecer.
Deseaba que la Diosa Fortuna le sonriese para que su raíz, aquel viaje inesperado, brotase, y mimarla, como se hace con las plantas cuando empiezan a despuntar. Quiso retener en su retina aquel color, a veces dorado, a veces blanco y a veces a la tarde rojo fuego. El mar resonaba en su oído, arrastrando los callados, roncando en la resaca de la ola. Echó de menos a su siamés, pegados los dos por el hombro desde que discutieron por García Lorca, y él logró convencerle. Pero entró en una catarsis, que le iba llevando cada vez más cerca de su sueño.

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