Farah se enfrenta al síndrome de la cola de caballo, sola y con valentía, una vez más.

Farah andaba por los territorios del maltrato, enfrentándose al «Sindrome medular de cola de caballo», que su querida amiga-doctora-humor amarillo, le había comunicado que, probablemente, padecía.
Lloró amargamente, un día entero, por tener que separarse de su amiga pez, que era capaz de nadar cuarenta minutos seguidos, y salir adelante sola en la vida. Hay que ver de lo que son capaces los maltratadores…
Continuó su andar en la burocracia de la Wilaya de Canarias, y luego se encontró con un ángel que le cortó el pelo y le arregló las cejas. Andaba muy descuidada desde que se fascinó por la agricultura urbana que prometía el Buen Leñador, y solo se ocupó de terminar su promesa con la enseñanza, que acabó ganando por goleada.


La princesa del Caftán azul oscuro con brillantes lloraba con ella, y juntas prometieron llenar el océano Atlántico de lágrimas, por el abuso infantil, el maltrato y la violencia ejercida contra ellas dos, a los dos lados del maldito océano que las separaba y les impedía abrazarse para poder consolarse, por fin.
Las lágrimas cegaban a Farah en su escritura de candil, en medio del desierto urbano de Occidente, en medio del Caos más grande que ella había visto jamás. Ella, una mujer beduina, acostumbrada a cabalgar sola, en compañía de su fiel loba Habiba y los cernícalos, que le indicaban el camino siempre en dirección a la Libertad. Se juró a si misma, que jamás ninguna de las princesas que conocía, la morena de voz dulce que descansaba debajo de un parasol, que la hacía aparecer magnánima, tras sus lentes de sol, y la princesa abandonada en una noche de amor errado, vestida con su caftán lleno de brillantes que iluminaban la noche del Sáhara, se juró a si misma que jamás estarían solas, y que ella, convertida en Saraswati, la diosa de la remota India que tocaba música con dos de sus multiples manos, protegería desde el Arte y la Música.
  Se sintió enferma de un eclipse parcial de su alma, anunciado por las noticias que corrían de boca en boca, a las que ella jamás prestaba atención, y se alejó del tumulto ciudadano, para estar en paz.

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