LA SOMBRA


Una sombra la acompañaba siempre. Lo percibió en la cueva de su amiga, mientras comían y bebían vino hasta que oscureció. La penumbra de la noche recién nacida descubrió que una sombra rondaba a Farah. Bajando desde la cueva hasta el camino que le llevaría al pueblo cercano escuchó crujir un búho y sintió que aquella sombra resultaba ensordecedora, como un grito en la noche.
Más tarde fue descubriendo toda la violencia que acompañaba aquella oscuridad que se había desplegado en su vida sin apenas ser percibida, sin anunciarse y sin grandes rumores. Una violencia que llega desde la infancia, cuando tienes miedo a la mismísima oscuridad y nadie hace nada por alejarla. Se explicaba ahora su amor por la luz tenue de una vela que acompañaba sus noches desde la soledad de la cocina. Una pequeña llama parpadeando como un ojo que vigilaba su sueño, cuando nadie lo hacía. Creía no haber necesitado jamás semejante compañía ella que se creía tan valiente, que había desafiado a la vida en multitud de ocasiones.
Lo mismo había surcado el océano en la sola compañía de su amor, que se había aventurado en agrestes campos poblados por víboras ponzoñosas, sin jamás percibir la sombra del miedo. Se sentía, llegada aquella hora, tan surcada por la violencia de la vida que una muesca, como lo rayado de un disco de vinilo, atravesaba su vida de norte a sur. Nunca sería la misma desde aquella noche, que llegó por sorpresa a la caverna, arrebatando la dulce compañía del vino y la amistad, sometiéndola al grito desgarrado de una lechuza nocturna, para siempre, sin remedio.
Violencia de haber enloquecido de amor hasta no saber quién era. De dejarse arrastrar en noches desenfrenadas de alcohol y fumando sus eternos porros de aromático hashish, que enturbiaban su cabeza hasta el punto de dormirse en cualquier rincón, sin saber ni siquiera dónde estaba, hasta despertar, unas veces en su cama y otras en una cama ajena, sin reconocer la compañía que dormitaba a su lado.
Fue así como llegó a entregarse al ritmo violento de la vida, sin siquiera percibirlo. Observó que lo violento acompañaba su cuerpo frágil desde la infancia y recordó el crujido de la coruja como si la acompañase desde hacía siglos.
Deseaba concentrar en aquel grito de ave nocturna todo el mal que había recibido, de un lado y de otro, del bien y del mal, para sumirla en lo sombrío en lo que ahora se adentraba, como antes lo había hecho en el océano, de olas fuertes como el abrazo masculino.
Percibió como la sombra la había reducido a un ser taciturno, solitario y poco comunicativo. Andaba a trompicones entre la maleza humana, agarrándose a cualquier flor que encontrara en su camino, como si le fuera la vida en ello. Recordó los golpes en su cara, que habían dolido anunciando la desaparición de su padre. Un fuerte golpe en su oído hizo brotar la sangre de su interior, dejando a Farah aturdida y sin sentido en el suelo de aquel bar estúpido. La maldad la había golpeado para devolverla a la realidad del mundo, uno en el que la mano cálida de su padre no la guiaría más hacia las alturas.
Escuchó la increíble voz de Fayruz que ahora sabía, leyendo el dulce cuento de Darina, había adornado lo más violento de la guerra del Líbano. Comprendió entonces por que se sentía bien en compañía de la dulce voz que cantaba en árabe. Anunciaba la sombra de la violencia oculta en lo interior de su corazón, pregonando a los cuatro vientos poemas de amor desesperados, incomprensibles para todos los que no hubieron vivido una violencia tal, capaz de ensombrecer el corazón del más valiente guerrero.

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