FREVO


Atardecía en el calor reseco de Recife, y la trompeta que anunciaba el Frevo le despertó súbitamente del cansancio de volar mas de quince horas para llegar allí.
Atrás había quedado Madrid, con un frío igualmente reseco que le hizo tiritar los huesos, y Salvador de Bahía donde había amanecido mientras el avión se posaba en aquel aeropuerto, que la saludó- la primera vez que lo pisó con un buitre apestoso observado desde la ventanilla ovalada del avión.

 

Miles de recuerdos se agolparon en su mente al pisar aquella tierra inhóspita y querida al mismo tiempo.
Memoria de un tiempo que sabía no tenía retorno, y que empezaba a reconstruir aterrizando de nuevo en aquella ciudad, no para quedarse como antes, sino para continuar en otro avión hasta Recife, adonde llegaría dos horas más tarde.

Observó como los limpiadores del aeropuerto hablaban de ella, creyéndose solos, y escuchó sus planes para robarle, pensando que no les entendía. Abrió la puerta de golpe, y ellos al verse sorprendidos bajaron la mirada ante una mujer tan feroz.

Había aprendido a comportarse así en aquella ciudad, que la había adoptado y le había incrustado su violencia, en forma de navaja herrumbrosa y cristal hecho añicos. Nunca volvió a ser la misma persona después de vivir dos años en Salvador, después de soportar como la infancia era maltratada y la inocencia mancillada por seres groseros que no podían pensar en otra cosa que la maldad, contemplada con paciencia y lágrimas, cada vez que salía de su trabajo en la zona turística por la noche.

Al oír la música agreste de la trompeta, mezclada con el tambor ibérico siguiendo un ritmo sincopado africano, miró a su amiga y su sonrisa la reconfortó después de pasar aquel infierno de aeropuertos brasileros, en los que hombres que vivían debajo de las alas de sus sombreros negros de fieltro, la habían escrutado haciéndole sentir la persona más sucia del mundo. El desprecio de la gente hacia los extranjeros le hizo adoptar instantáneamente su personalidad tropical, adquirida dos años antes, y se defendió nuevamente con hostilidad.

Contempló el atardecer desde la muralla del siglo XVI en Olinda y saboreó su crépe de tapioca con queso, respirando al fin. Observó el océano Atlántico y no lo reconoció, en aquella latitud tan al sur del Ecuador. El viento Terral acarició su rostro cansado después de tantas horas de encierro aeronáutico, y lo sintió como una medicina que le curó el alma. Recordó por un segundo el mural de estilo indigenista que le había dado la bienvenida en el aeropuerto y el recuerdo de los sombreros negros, escrutadores le devolvió el malestar por un segundo. Se consoló pensando que estaba en el carnaval de Olinda, y prestó atención a las muchachas vestidas de «freviño» que bailaban debajo de sus sombrillas multicolores. Comenzaron a andar y un poco más allá encontraron un guitarrista que cantaba canciones de cordel hablando del desierto nordestino y de algún «cangazeiro» con mal de amores. Fumaron juntas. sintiéndose cercanas después de años sin verse, sin tocarse, y hablaban sin parar… Poco podían imaginar la tragedia que se les avecinaba, en aquel tórrido verano pernambucano.

3 comentarios sobre “FREVO

  1. Mañana me voy a trabajar de otra manera. Los descansos, las pausas entre relato y relato te sientan muy bien como creador, como escritor. Creo que, por fin, te lo estás tomando en serio, aprovechando y volcando mucho mas que tu ingenio. Esto no es una gracia, es literatura. Es talento.

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