Pensó que moría y apurando otro cigarrillo se agitó en su propio pensamiento. Pudo colocar su pelo en el punto que le gustaba y se sintió mejor. Cuando vio al hombre atorado ante la visión de una mujer como ella, tan singular, tan árabe y masculina a la vez, sonrió para sus adentros con honda satisfacción. En el fondo le encantaba provocar esas sensaciones. Le halagaba despertar terror en los hombres y sentirse deseada, allá en las alturas como una estatua gigante de Egipto, de aquellas que había visto en el British Museum. Era su venganza frente al desamor que circulaba en aquella Galaxia remota a la que fue desterrada por traicionar su propia naturaleza infantil. Había despertado al horror de golpe, perdida su inocencia de niña para siempre, sin remedio, transformada en venenoso agente del Poder. Aquél Estado maligno que había cancelado toda posibilidad a las buenas gentes de su camada. En general la gente nacida por los años de la «Guerra de los Séis Días» había quedado toda marcada por la desgracia, mucho más teniendo en cuenta que ella era árabe, sin remedio. Una cuestión de raza, no se puede elegir la raza… se lamentaba en su soledad de niña frágil, cosa que solo podía permitirse cuando estaba completamente sola. Se encerraba en su mundo para evitar la agresión de aquella maldad gratuita en la que se había convertido la vida humana. No podía evitar sentirse una igual a su perra, un ser encantado que entendía todos los idiomas en los que le hablaba pero solo capaz de responder con su voz de perro, en ese idioma tan alejado de lo humano…¿o no…? -pensó aturdida por la música de África que la transportaba allá, al mundo real, del que todos querían huir…-
-¿Quién sabe lo que es real o lo que es fantasía?- se preguntaba una y mil veces para responderse a si misma por qué nadie la comprendía. Sentirse un ser más de la Creación, un animal sin pretensiones, como su perra Habiba, otra con el estigma de ser árabe, pensó sonriendo en su mente. Resultaba muy difícil vivir en aquella maldad tan oscura , tan sórdida. Pensó de nuevo en la cara de aquél hombre, otro niño desterrado en la Galaxia de los adultos, remota e inhóspita para un alma tan delicada. Se preguntó a donde iría entrando y saliendo de aquél garaje, mirándola sin poder acercarse, día tras día, mes tras mes. Lo había visto también cerca de su trabajo, coincidieron en el bar tomando café varios días. Él siempre mirando con susto. Ojos huidizos ante la mirada desafiante de Farah y su postura beligerante frente a todo, su aspecto marcial ante la vida. Ella notó un cambio en el hombre-niño, después de tropezar sus miradas varias veces en el bar, él la veía más cercana y ya la miraba abiertamente. Jamás le hablaría, era una cuestión racial,pensó ella acostumbrada a ser despreciada tan abiertamente como la mirada del hombre-niño, transformada por la cotidianidad del encuentro.
Los días pasados habían sido muy angustiantes para Farah. Entre la ausencia de movimiento en las manchas del Sol, observadas por los astrónomos, y la caída del sistema económico mundial, observada por toda la gente pobre como el principio del Fin, a ella le habían quedado muy pocos recursos. La llamada de su más querida amiga la salvó de la muerte. Hablaron durante horas y horas hasta llegar al asunto de la Baraka. Bendita Baraka que solo a musulmanes concierne. También a los animales, niños y locos. ¡Que sabio es Al-Láh! Al final era una suerte ser marginada y poder disfrutar en soledad de su Baraka, sin dar explicaciones. Hablando en silencio con el Silencio Físico de Dios: la propia Naturaleza. Un silencio lleno de sonidos agradables, canturreo de pájaros, ladridos de perros bien humorados, el rumor del viento agitando las ramas de los árboles, las palmeras altísimas mecidas por la brisa del océano, el sol del atardecer iluminando nítidamente las caras de la gente, sus sonrisas ajenas.
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Creo que tú manera de observar y vivir la vida, de relatarla,tanto cuando hablas como cuando escribes, da para mucho: para un edificio Yacobián. Es lo que he tratado de decirte con el comemtario anterior. Nuestro barrio -no lo nombro por aquello de la protección de datos- no es menos interesante que el Cairo. Ojalá algún día nos cuentes, nos escribas, los sucesos cotidianos, extraordinarios y extrasensoriales que ocurren en él.
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