Sueño con volar, lejos, donde nada ni nadie me alcance. Cerca de ti, amor mío, mientras veo volar aviones desde mi terraza, suspendida en mi otomana. Cuento los minutos para que llegue la hora de cumplirse nuestro pacto: será dulce y amargo, respondiendo a la pregunta sobre mi sabor, e interminable como el infinito, respondiéndome a mi misma. La violenta Italia temblará ante nuestro deseo; desafiará a todas las religiones del mundo y nuestros gritos de placer llegarán hasta la frontera de Qeta, allá por el Afganistán con forma de pavo. Huiré de la muerte en tus brazos, para abrazarla para siempre en compañía de tu preciosa boca, lindo niño, que estarás algún día entre los jueces para hablarles de mí. De lo mala que he sido, al tener celos de cualquiera que pudiera acercársete, de lo impío de mi celo al observarte, como en una pecera; te doy licencia, ya sabes que los moros cobran barato, para que hagas conmigo lo que quieras. Hasta podrías secuestrarme tú, si es que ese es tu deseo. Acudiré pronta, con mi túnica roja como la sangre y mi capa azul celeste, hasta donde se haya de cumplir mi destino de naranjas amargas. Cortaré mis manos al ver tus ojos, con el cuchillo de pelar toronjas, sin poder remediarlo como las amigas de la mujer de Josafat, al ver al increíble José. Como él esperaré, mi destino en silencio, abrumada por el gentío que no me dice nada, hasta que vengas a rescatarme de esta nada vacía, en la que veo pasar aviones desde mi terraza, suspendida en mi otomana…