Las chicas “Bacurau” del norte de África contra el Far-West.

El sentimiento de pertenencia es lo que hace que nos sintamos identificadas con personas, hechos, políticas e incluso gestos humanos.

Pertenecemos porque nos identificamos con aquello que nos “emparenta”, el sentimiento tribal, fundamentado en la articulación de un parentesco extenso, que logra convocar a una Tribu.

Mucho ha disertado la Antropología sobre las “Tribus Urbanas”, después de desembarazarse del cinturón de hierro de las Razas, biologicismos, higienismos, y demás aspectos mezquinos que no la dejaron evolucionar hasta los días de ayer y hoy.

 

Se preguntarán qué diablos es «Bacurau».

Es el título de un film dirigido por los brasileños Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles y ganadora del Premio del Jurado de Cannes en 2019.

Se corresponden con Bacurau, una estética, un pensamiento político y un sentimiento de “pertenencia” que me identifica como “bacuraense” sin pasar por las “cantinas con vaqueros, whisky y chicas en corsé” del Hollywood de nuestra infancia.

En una escena de la película, unos extranjeros pasan por Bacurau y la mujer pregunta: “¿Cómo se le dice a la gente que es de Bacurau?”, esperando el gentilicio adecuado como respuesta, y un niño desde su ingenuidad responde de manera inmediata: “personas”

El film comienza situando el “tempo” en algún lugar de aquí a unos años, que por lo tanto no existe, o puede que exista.

Tenemos imágenes en la retina que conforman nuestro pensamiento y nos producen sentimientos de pertenecía o de lejanía, que nos identifican según nuestras afinidades con lugares y hechos, o que por “desemejanza” nos hacen entender “lo que no somos”, a lo que no pertenecemos.

Educadas, las “chicas” del norte de África, en el discurso de Fátima Mernissi, que planteaba quienes queríamos ser, Simbad o el Cowboy, nos convertimos en las “chicas Bacurau” al rechazar la figura violenta armada del Cowboy y abrazar al Simbad viajero que aprovechaba los monzones para viajar desde Basora a islas inexistentes desde las cuales regresar cargadas de tesoros y preciosidades.

Somos raridades marginales que nunca se identificarán con la chica desvalida que rondaba el “Saloon” del westernhollywoodense”, a merced del vaquero de turno y su humor, pendencia o tamaño del revólver.

Las chicas Bacurau del norte de África reconocemos como única frontera lo rancio del Pensamiento Único, la Blanquitud extrema y el rechazo más absoluto a una violencia en la que hemos crecido y a la que hemos desterrado con la palabra.

Mestizas, orgullosas.

No se trata entonces, de conformarnos con lo que los vaqueros nos quieran dar, sea malo o bueno, sino que hemos subido a lomos del camello digital para seguir la estela de los viajes de Simbad que leímos en «Las 1001 Noches».

Viajamos y defendemos Bacurau, esa Matria ilusoria en la que muchas de nosotras nos sentiremos a refugio de vaqueros violadores, pendencieros a los que hemos puesto unos límites que nos pueden llegar a convertir en muy elocuentes, si se atreven a cruzarlos.

Bacurau”: https://es.wikipedia.org/wiki/Bacurau

Fátima Mernissi: ¿El Cowboy o Simbad (…)

¿El Cowboy o Simbad? ¿Quién vencerá en la globalización? Por Fátima Mernissi.

ALI SHARIATI

A nivel conceptual, el problema se plantea en dos dimensiones básicas: la traducción y las referencias culturales y de civilización. La cuestión de la traducción, que podría parecernos menor en otro contexto, es importante cuando los términos que se deben utilizar no sólo tienen campos semánticos no totalmente coincidentes con el de su traducción, sino que además se le añade la dificultad que plantea la lengua árabe y su sistema de formación de palabras-significados, a partir de raíces madre, que hace que los campos semánticos de estos términos están relacionados.

Un ejemplo de este problema lo tenemos en una palabra muy usada por los media occidentales: yihad, que proviene de la raíz y-h-d que significa esfuerzo y que también ha generado el término iytihad, que normalmente se traduce como “interpretación” y también como “elaboración de un dictamen por estudio de fuentes” [4] . Yihad significa mucho más que “guerra santa”; es el esfuerzo que se hace para la difusión y defensa del Islam dentro y fuera de la comunidad de creyentes, y también es el esfuerzo para la mejora personal dentro de la religión, etc [5] . Se puede ver, pues, que traducir yihad sólo por “guerra santa” supone una desfiguración del significado, de la misma forma que también se debe incluir en este campo abierto de la y-h-d y verla como el esfuerzo interpretativo de la Sharia (ley islámica) para un mejor cumplimiento y adecuación.

Es por este problema de traducción que la mayoría de autores utilizan normalmente la transcripción de los términos árabes y no su traducción. En mi caso, para facilitar la lectura, utilizaré tanto la transcripción como la traducción, pero se debe tener en cuenta que la referencia es el campo semántico del término árabe y no el de su traducción.

El problema de la aproximación a otra cultura y civilización es demasiado amplio para tratarlo aquí. Edward Said y Hichem Djaït han publicado dos grandes estudios sobre este tema y han analizado cómo distintas corrientes de pensamiento europeas se han acercado al Islam [6] . Es importante tener en cuenta que partimos de nuestra propia cultura y que los conceptos que usamos como referentes no se pueden trasladar directamente al análisis de una civilización diferente. Esto es más importante todavía cuando tratamos el Islam y el islamismo, pues es fácil aplicar conceptos del Cristianismo que no tienen paralelo en el mundo musulmán: por ejemplo, las referencias continúas al “fundamentalismo” o al “integrismo” para definir un fenómeno que no es comparable a estos movimientos que pertenecen al mundo cristiano. Actualmente, la mayoría de los autores prefieren hablar de “islamismo” o “Islam político” para huir de la terminología cristiana que se presta a confusión.

Este problema no se plantea solamente entre los intelectuales occidentales, sino que también puede afectar a los pensadores orientales que se han educado en la civilización de Occidente y que han adoptado su marco referencial, provocando con ello que el diálogo con los intelectuales “orientales” sea muy difícil, incluso entre los progresistas.

Ali Shariati, seguramente el máximo exponente del islamismo progresista, refiriéndose a los intelectuales progresistas occidentales y occidentalizados, decía: “Debemos, como escritores y pensadores, girarnos hacia los que tienen preocupaciones parecidas a las nuestras; una historia, una situación, un destino paralelo al nuestro. En vez de Brecht, deberíamos conocer a Kateb Yasin, en vez de Jean-Paul Sartre, Omar Mowlud […]. Conociéndoles, nos reconoceríamos, mientras que al acercarnos a los intelectuales occidentales nos alejamos de nosotros mismos y más aún al comprenderlos”, y añade. “[…] hacen al intelectual oriental ultrasensible –de hecho, sensiblería y no sensibilidad– a las cuestiones que se plantean en Europa, a las doctrinas muy progresistas en boga en Occidente y no en Oriente, alejan al pueblo y al intelectual oriental de sus propias realidades, de sus responsabilidades concretas; y, finalmente, a pesar de creer sinceramente servir e instruir, se convierten en factores de decadencia y de engaño”

. Es necesario señalar que Shariati, en París a principios de los años sesenta, tuvo un contacto directo con la intelectualidad europea que en muchos aspectos se refleja en su obra, hasta el punto de que se ha hablado de él como del teórico marxista del islamismo, pero sus referentes son claramente islámicos.

https://es.wikipedia.org/wiki/Al%C3%AD_Shariat%C3%AD