“Bruce Lee en Somosierra”.

La primera vez que vi a Bruce Lee fue en un póster de la pared, en una casa del barrio de “Somosierra”. Se habían puesto de moda los “Nunchakus”. La siguiente vez que lo vi fue en un cine de Agadir, “Bruce Lee” en un cartel repintado y recordé la pasión que sienten los hombres árabes  por este tipo de cine.

En Somosierra había un cine, que  en mi infancia reformaron y se llamaba nada menos que “Cine Costa Sur”, aunque para todo el barrio era el “Cine del Tabobo”.

Recuerdo noches memorables, con mi madre viendo a Omar Sharif y Julie Christie en aquella mansión congelada de aquella falsa Siberia, rodada en España.

Junto a la salida del cine, en frente estaba el Kiosco de “Martín el Nervioso”, al que la gente cruel de la época le gustaba acosar, recordándole su enfermedad a gritos y burlas.

Recuerdo las películas de “Fu Manchú” en la “matiné infantil” que costaba menos de medio duro, y de noche ir a la sesión de adultos, mi madre vigilando los “rombos” dictatoriales en el cartel, a ver “Los Girasoles” con Sophía Loren y Marcello Mastroianni.

Llegó la “Teología de la Liberación” y con eso el barrio se hizo “comunista” en 1975 recién “muerto” Franco, el asesino.

Vino toda mi familia del Sáhara, huyendo de las tropas marroquíes que lo ocuparon.

En aquella iglesia cantábamos y veíamos películas en “Súper-8” de las hambrunas de “Mato Grosso”.

Ametrallaron a Bartolomé García Lorenzo, con quién pasaba tardes en la casa de los “curas comunistas” junto a su novia Mercedes.

Las piedras, barricadas y cargas de los “grises” borraron a Sophía Loren y la inocencia de mi infancia ametrallada.

En 1978 vi a mi padre salir a votar la “Constitución” y en 1979 ya no vivíamos allí.

En 1979 no era cosa simple ser transgénero. Robaba los tacones de mi madre y los llevaba en una bolsa con algunas prendas femeninas, que me cambiaba un poco lejos de la casa de mi padre. Me creaba una identidad ficticia y me socializaba como “niña”.

Harta de insultos y de golpes, trazaba mapas mentales de las calles que eran seguras para mí, y me recorría la ciudad por mi mapa mental de “alta seguridad”.

Me acostumbré ya con 16 años, a realizar ataques de venganza a los “tú aquí no entras, maricón” o los “esa en mi coche no se sube” para ir a la playa. Los “bájate de mi coche, maricón” a 7 u 8 kilómetros de mi casa eran vengados con violencia, porque no es fácil en una ciudad pequeña.

Todo se “solucionaba” llegando al punto de ataque por una ruta invisible llevaras el atuendo que fuera en aquel país en blanco y negro, con mucho gris y verde militar.

Le lanzabas una silla, o mesa llena de vasos y copas de vidrio encima al “objetivo” y desaparecías por una ruta segura de escape, mentalmente construida de antemano.

Un bolso con muchas cosas te permitía  cambiar casi completamente de aspecto, pasando por mi “mapa seguro” hasta llegar a salvo a casa.

Pasaba tardes y tardes en compañía de Yeyo Millet, el poeta marica maldito, que me hablaba de “La Ocaña” , de Toni Negri y de “Brigate Rosse”.

Y conocí Madrid, en 1982, y la maldad de Felipe González.

Para Timi, el chico guapo de reloj dorado.

Las chicas “Bacurau” del norte de África contra el Far-West.

El sentimiento de pertenencia es lo que hace que nos sintamos identificadas con personas, hechos, políticas e incluso gestos humanos.

Pertenecemos porque nos identificamos con aquello que nos “emparenta”, el sentimiento tribal, fundamentado en la articulación de un parentesco extenso, que logra convocar a una Tribu.

Mucho ha disertado la Antropología sobre las “Tribus Urbanas”, después de desembarazarse del cinturón de hierro de las Razas, biologicismos, higienismos, y demás aspectos mezquinos que no la dejaron evolucionar hasta los días de ayer y hoy.

 

Se preguntarán qué diablos es «Bacurau».

Es el título de un film dirigido por los brasileños Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles y ganadora del Premio del Jurado de Cannes en 2019.

Se corresponden con Bacurau, una estética, un pensamiento político y un sentimiento de “pertenencia” que me identifica como “bacuraense” sin pasar por las “cantinas con vaqueros, whisky y chicas en corsé” del Hollywood de nuestra infancia.

En una escena de la película, unos extranjeros pasan por Bacurau y la mujer pregunta: “¿Cómo se le dice a la gente que es de Bacurau?”, esperando el gentilicio adecuado como respuesta, y un niño desde su ingenuidad responde de manera inmediata: “personas”

El film comienza situando el “tempo” en algún lugar de aquí a unos años, que por lo tanto no existe, o puede que exista.

Tenemos imágenes en la retina que conforman nuestro pensamiento y nos producen sentimientos de pertenecía o de lejanía, que nos identifican según nuestras afinidades con lugares y hechos, o que por “desemejanza” nos hacen entender “lo que no somos”, a lo que no pertenecemos.

Educadas, las “chicas” del norte de África, en el discurso de Fátima Mernissi, que planteaba quienes queríamos ser, Simbad o el Cowboy, nos convertimos en las “chicas Bacurau” al rechazar la figura violenta armada del Cowboy y abrazar al Simbad viajero que aprovechaba los monzones para viajar desde Basora a islas inexistentes desde las cuales regresar cargadas de tesoros y preciosidades.

Somos raridades marginales que nunca se identificarán con la chica desvalida que rondaba el “Saloon” del westernhollywoodense”, a merced del vaquero de turno y su humor, pendencia o tamaño del revólver.

Las chicas Bacurau del norte de África reconocemos como única frontera lo rancio del Pensamiento Único, la Blanquitud extrema y el rechazo más absoluto a una violencia en la que hemos crecido y a la que hemos desterrado con la palabra.

Mestizas, orgullosas.

No se trata entonces, de conformarnos con lo que los vaqueros nos quieran dar, sea malo o bueno, sino que hemos subido a lomos del camello digital para seguir la estela de los viajes de Simbad que leímos en «Las 1001 Noches».

Viajamos y defendemos Bacurau, esa Matria ilusoria en la que muchas de nosotras nos sentiremos a refugio de vaqueros violadores, pendencieros a los que hemos puesto unos límites que nos pueden llegar a convertir en muy elocuentes, si se atreven a cruzarlos.

Bacurau”: https://es.wikipedia.org/wiki/Bacurau

Fátima Mernissi: ¿El Cowboy o Simbad (…)

¿El Cowboy o Simbad? ¿Quién vencerá en la globalización? Por Fátima Mernissi.

Las Brujas.

Le Streghe” (Las Brujas) es un film italiano de 1967 que incluye cinco historias de las que quiero señalarles una, “La strega bruciata viva” (La bruja quemada viva), dirigida por Luchino Visconti e interpretada por Silvana Mangano entre otros grandes actores.

La trama muestra a “Gloria” una famosa actriz (S. Mangano) que llega en helicóptero a una localidad invernal, invitada por su amiga para celebrar el aniversario de boda de ésta.

Gloria se desvanece y queda sin sentido, mientras sus amigos se dan cuenta de sus adornos artificiales: esparadrapos que tiran de sus ojos, pestañas postizas, mientras se los van arrancando y retirando, disfrutando de cada una de sus imperfecciones.

Fruición, maldad, envidia de un “oropel”.

Recuerden esta escena.

Gloria se da cuenta de que está embarazada y se lo comunica a su marido, quien decide que ese bebé no nacerá y la diva continuará con los compromisos de su carrera.

Gloria se recompone y se va de nuevo en helicóptero posando perfectamente maquillada para los fotógrafos.

A propósito de la tal “Ley Trans” se ha desatado un sentimiento rayano a la ciencia forense, tipo autopsia, de los procesos de transición de género y sexo, batidos enérgicamente con lo queer, en una coctelera que va del odio a la “ventriloquía”.

Las mujeres trans* nos hemos sentido como “Gloria” durante su desvanecimiento, y se han subrayado de nosotras todo tipo de imperfecciones y maldades.

Esta escena de Silvana Mangano me impactó en la infancia, y sigue pareciéndome la mejor metáfora de ciertos procesos de “cacería, aturdimiento, autopsia y taxidermia” a personas o colectivos enteros.

También se ha ejercido la “ventriloquía” desde ciertas voces femeninas, que de tanto apoyarnos elaboraron tratados y enciclopedias sobre “como debe ser/ como es una vida trans*”, porque parecemos “desvanecidas”, pero nos levantaremos y continuaremos nuestro camino como “divas” hacia nuestras propias utopías e ilusiones, nuestro idilio propio con la vida.

No es la primera vez que nos atacan en masa. No será la última. Quienes tenemos cierta edad venimos de una Guerrilla por la Supervivencia.

Somos fuertes, combativas y tenemos voz propia.

Soy rencorosa, (es broma) y mascullo en ese rencor mis pensamientos hasta que doy con una respuesta elaborada lentamente. Soy una bella serpiente llena de ciertos artificios y ornamentos que me hacen sentir bien, cómo “Gloria”.

Me interrogaban en estos días sobre “cuáles son mis referentes de mujeres trans”, y yo entendí que no responde a mi carácter, lamento ser una mujer roja hija de la Guerra Fría, sector rojo, piso Disidencia, eso de tener ciertos ídolos a los que adorar o imitar.

Sé que soy complicada y que es difícil entenderme, por eso me paro reflexiono y escribo.

El primer “referente” que me viene a la cabeza es «La Ocaña», seguido de Nazario y de Shangay Lily. Por revolucionarias y por llevar consigo toda esa cultura que osciló entre lo soviético y lo viscontiniano. Entre la dureza de Pasolini y la dulzura de sus poemas.

Y dirán ustedes que ni son trans, ni mujeres, porque no, tampoco yo tengo que identificarme obligada por la urgencia de sus incertidumbres.

No pretendan que sea lo que nunca he sido ni sé si deseo ser. Respeten también la Libertad de las generaciones futuras, no se equivoquen de “referentes” ni condenen a la gente a ser “muñecos rotos” pseudo-pornográficos. Respeten nuestro derecho a dudar, equivocarnos y no tener una respuesta inmediata sobre como son nuestras vidas, como eran o serán mañana.

Ustedes están en el mismo lugar, pero no necesitan leyes “especiales” para tener Derechos Humanos, para acceder a un trabajo o ser respetadas en el espacio público. Piensen por qué.

Versión italiana de este mismo artículo: https://farahylosclones.com/2023/08/01/le-streghe-e-il-diritto-delle-donne-trans-versione-italiana-traduzione-dallo-spagnolo-juan-jose-coy-giron-versione-italiana/