Se sintió agredida, en lo más íntimo de su ser, por los insultos de aquella arpía con cuerpo de hombre, desagradable, sin pelo, y completamente intoxicado por el alcohol.
Después de escuchar toda la noche los lamentos de un lobo torturado por el encierro, se dispuso a acechar.
Con el fusil en la mano, agazapada en su lecho, esperó a que algo sucediese, y así fue.
Con el fusil en la mano, agazapada en su lecho, esperó a que algo sucediese, y así fue.
El desagradable ser, mitad hombre-mitad arpía, soltó su lengua de mujerzuela, al verla encañonarlo con su fusil. La insultó e intentó atemorizarla, huyendo al galope, dando gritos de cobardía, amedrentándola, mientras se alejaba.
Nada fue igual desde aquella noche, y unas ganas irrefrenables le atenazaban la garganta, sin poder estallar en un llanto reparador, hirviendo por dentro de la rabia.
Deseó ser anónima, en un desierto nuevo, esta vez sin habitante alguno, y pensó que este lugar sólo podría encontrarse en el más allá.
Deseó ser anónima, en un desierto nuevo, esta vez sin habitante alguno, y pensó que este lugar sólo podría encontrarse en el más allá.
Por un instante atisbó la idea de prender su fusil, dirigir el cañón hacia su boca, y acabar con todo de una vez. Fieramente, como había sido todo en su vida. No le restaba nada más que escuchar, mezquindad alguna a la que asistir, desengaño al que no se hubiera expuesto…
Finalmente, optó por forzar su llanto, y la grave presencia de la compañía impuesta la atenazó, como si de la mano de un estrangulador se tratase, haciéndole faltar el hálito. Su poder vital se resquebrajaba, y nada deseaba hacer, más que disolverse, en una nueva mar de nada.
Una mar de recuerdos atesorados, de amores antiguos y pasados en compañía. Negándose el placer de la nueva posibilidad.
Una mar de recuerdos atesorados, de amores antiguos y pasados en compañía. Negándose el placer de la nueva posibilidad.
Jamás creyó que el sufrimiento la pudiese llevar a lugar ninguno, y detestó con todas sus fuerzas la maldad humana, que la hacían perecer y nacer, una y mil veces, en un interminable carrusel.
Una vez ahuyentado el maltratador de lobos, no pudo restar en paz, sólo esperar el siguiente ataque, recordando que la vida en el desierto es así…. dura, despiadada y tremendamente solitaria.