De la Justicia y la conturbación.


Tuve una tía, que ya ha muerto, que en su juventud fue llamada puta, allá por los años 40, cogió un adoquín de la calle y le sacó un ojo al tipo que se lo había dicho. He llegado a la conclusión, hablando con mi madre de que soy idéntica a ella, salvaje, indómita pero sobre todo LIBRE.
Fue condenada a un año de cárcel franquista, una mujer, por sacarle el ojo a aquel hombre podrido y cobarde, y lo cumplió.
Pasaron los años, y fue denunciada por abortista, en una época en la que los anticonceptivos estaban prohibidos, y hallados en su casa los instrumentos para realizar aquellas prácticas “ilegales”. De nuevo fue condenada y pasó de nuevo un tiempo en la cárcel.
Jamás la vi dudar de su libertad y tenía un amante, al que llamábamos en mi familia “Landrú”, pues tenía un mostacho de gitano e iba lleno de joyas. Fue la pareja más estable que tuvo, pero él era casado y así vivieron su vida. Recuerdo que el amante de mi tía tenía una moto muy bonita, y que me sonreía con sinceridad, pues veía en mi inocencia al escucharle un verdadero interés por sus palabras, sin juicios, tendría yo unos nueve o diez años. Recuerdo haberle preguntado por una extraña moneda que llevaba colgada al cuello y me explicó que era una ficha de un casino de Niza, metálica y que su valor era muy alto.
Jamás vi a mi tía afectada por los sucesos violentos que la obligaron a defender su independencia y pasar esta vida tan azarosa, nunca se conturbó, pues sabía que la verdadera Justicia, la de la libertad y la solidaridad, estaba de su lado y fue feliz.
Cuando murió, su casa, para mi era un misterio, y heredé el San Antonio de Padova que habían traído mis abuelas de Madeira, al emigrar y establecerse en mi ciudad. También una silla en forma de camello, que su hermano trajo de El Cairo, y en la que me gustaba sentarme cuando era niña e iba a visitarla.
Ella fue mala con su madre, le robó dinero, y escapó con ese capital a Barcelona a vivir la vida, mientras su hermano agonizaba en un hospital de tuberculosis, Su abuela Carolina fue partera allá por el principio del siglo XX y asistía los partos a lomos de un burro para trasladarse a un lugar al que hoy se llega en automóvil en diez minutos. He conocido a mujeres de cerca de ochenta años que me han dicho que mi bisabuela portuguesa las trajo al mundo y me siento orgullosa de venir de esa estirpe de mujeres libres solidarias y llanas. Mi bisabuela se negó siempre a hablar español y siempre hablaba portugués, como si todo el mundo la entendiese. Yo y mi sobrino mayor somos los únicos que hablamos esa lengua hoy día…

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